La fiebre ricotera que no baja
Acostumbrada a cierta calma serrana, la ciudad de Tandil tuvo su fiebre de sábado por la noche cuando el hipódromo local vibró al ritmo del Indio Solari. El ex líder de Los Redonditos de Ricota convocó a 50 mil personas, como informó Clarín en su edición de ayer. Desde hace cuatro años, cada uno de sus shows -desde una mega ciudad a un pueblo recóndito- suele convertirse en un ritual de fanatismo y devoción. Ritual que el sábado se cumplió al pie de la letra.
En auto, micro, combi, tren, moto o en cualquier otro medio de transporte, los fans llegaron desde la mañana del sábado a la ciudad de la piedra movediza, en la que se vivió un fin de semana bien ricotero. El recital duró poco más de dos horas, pero la fiesta había empezado mucho antes.
En Tandil, una buena picada se imponía como menú. El almacén de campo Epoca de quesos se vistió de rock. Las tablas de salames y quesos autóctonos y los chops de cerveza invadían las mesas. "La cantidad de trabajo es equiparable a un fin de semana largo", contó el dueño del local, Rodrigo Gónzalez Inza, que no tuvo respiro al mando de la caja. "Lo que cambia es el público, porque la gran mayoría son chicos jóvenes", agregó y dijo que, a pesar de lo que muchos creen, "son muy tranquilos (...) Me olvidé de cobrarle a una mesa y vinieron los pibes a traerme la plata", reveló.
Todavía faltaban varias horas para la cita en el hipódromo y muchos optaron por ir con las panzas llenas y el corazón contento en busca de la piedra movediza, un gran atractivo turístico de la ciudad serrana, situada a 400 kilómetros de la Capital Federal.
A partir de las 18, varias columnas de jóvenes empezaron a poblar las calles cercanas al lugar en el que a las 21.30 los recibiría el Indio. Desde los autos, se escuchaban a todo volumen temas de Los Redondos, la emblemática banda que Solari lideró durante 25 años, antes de encarar su etapa solista. Los que iban a pie, envueltos en banderas, entonaban el clásico: Oh, vamos los Redó.
Hubo varios vendedores ambulantes a los que no les fue tan mal, como a Roberto, que de Ezeiza llegó con banderas que otorgaba a cambio de "diez pesitos". Las remeras salían por 25, y lo más baratito del merchandising eran las calcomanías y vinchas, a dos pesos.
El hipódromo empezó a poblarse desde mucho antes de las nueve de la noche. Todo campo. Ni una tribuna. Exaltación, ansiedad, alegría. Las boleterías en las que habitualmente se realizan las apuestas a los pingos el sábado se reconvirtieron en despacho de tickets de bebidas, que se retiraban en la barra improvisada debajo del cartel de "cantina".
Lautaro, de siete años, no ocultaba sus ganas de que el Indio saliera ya y tocara Canción para un goldfish, su tema preferido. Junto a sus papás, Fernando y Patricia, de 36 años, habían llegado temprano de Villa Tesei. No era su primer recital, orgulloso contaba que estuvo en La Plata en 2005 y en Córdoba hace casi tres meses. Pero su fanatismo empezó en la panza, cuando desde ahí adentro disfrutó el show de Los Redondos en River. En casa quedó Candela, de 11. "A ella no le gusta", se apresuró a explicar el chiquilín. Hacía un rato nomás que "El Laucha" había desembarcado en Tandil, procedente de Olavarría junto a sus hermanos mayores, Andrés y Quique. "Nunca escuché un tema", confesaba. Sin embargo, con el correr del recital, se lo notaba feliz: parecía un ricotero de toda la vida. Mientras el otro pilar de los Redonditos, el guitarrista Skay, debió suspender -por cuestiones organizativas- un show solista para el mismo día en Mendoza, el Indio cerró su show con aroma a más: al despedirse, el Indio invitó a sus fieles al próximo concierto. "¡Nos vemos el 27 de setiembre en San Luis", les dijo. Y ellos contestaron: Si sos ricotero tenés que venir, en septiembre vamos todos a San Luis.