Es el único testigo vivo del caso Roswell. Se lama Geral Anderson. Tiene 53 años y vive en Springfield, Missouri, Estados Unidos. Durante cuarenta años se mantuvo en silencio por “miedo a las represalias” hasta que en 1989 decidió contar la increíble experiencia que había vivido junto a sus padres, su hermano, su tío y su primo.
En 1947 Anderson vivía en Nuevo México, tenía apenas cinco años y medio, y lo que protagonizó le provocó sorpresa y excitación.
Su relato fue sometido a un detector de mentiras y a una prueba regresiva bajo hipnosis. Nunca se contradijo. Hoy después del video donde se mostró la autopista a un supuesto ET, su testimonio arroja nueva luz sobre el sonado caso a pesar de un bloqueo coronario, y más allá de miedos, silencios y presiones. Hoy el recuerdo de Anderson prevalece sobre el olvido Esta es su verdad....
“Vi un ovni y cuatro extraterrestres”
El sol es un manto de fuego. El chico siente que el aire caliente le perfora la nariz y lo sofoca. Detesta este clima, aunque sus padres le habían dicho que ya pronto se acostumbraría. Hacía apenas un mes que su familia se había mudado a Alburquerque, Nuevo México. El clima y el entorno social eran mejores en el norte, donde había nacido y crecido, pero su padre era operador de maquinaria de precisión y soñaba con trabajar en Sandia Corporation, la prestigiosa instalación militar y nuclear de Nuevo México. Los ojos del chico ahora buscan sombra en algún dorado de la planicie, pero no la encuentra.
Escucha decir a su padre que apenas son las once de la mañana, pero que el calor debe andar ya por encima de los 45°. De pronto siente una sed irreprimible, pero decide callar. Sabe que no habrá nada que tomar hasta llegar al rancho de unos conocidos de su familia, que viven a treinta minutos en auto de allí. Primero intenta entretenerse tirándole piedrecillas a Glenn, su hermano mayor, o cruzando sonrisas de complicidad con su primo Víctor, también mayor y más travieso que él. Después, se dedicó a lo que realmente habían venido a hacer a ese remoto lugar llamado Planicies de San Agustín: buscar ágata musgosa, una atractiva piedra de colores que su hermano luego cambiaría por cigarrillos, asegurándole una propina. De pronto, sus ojos quedaron atrapados en un objeto que emitía reflejos de luz como a unos 100 metros de donde estaban.
Su padre y su hermano mayor también lo vieron, pero pensaron que provenía de alguna botella rota de vidrio en la que se reflejaba el Sol. A medida que se acercaban al lugar, la intensidad de la luz era mayor y ahora toda la familia se preguntaba que era lo que estaban viendo.
Cuarenta metros más adelante, Gerald (Jerry) Anderson, que entonces tenía cinco años y medio, vio algo que alguna vez imagino de forma similar en alguna revista de comics o de ciencia-ficción: “Nunca supe si mi sorpresa fue mayor que excitación (confiesa ahora sentado en el salón de su casa en Springfield, estado de Missouri). Lo único que sé, es que esa experiencia cambió para siempre mi vida y mis creencias”.
Hoy, a los 60 años el recuerdo de Anderson de ese incidente esta tan vivo como cuando era chico. Por su vida ya pasaron muchas cosas, buenas y malas: vivió 18 años contra su voluntad en Alburquerque, se mudó al norte, se casó y se divorcio, fue sheriff en un pequeño pueblo de Missouri, se volvió a casar. Ahora es director de seguridad en la universidad de Missouri, es un devoto de la iglesia Episcopal, y todo esto después de superar un terrible bloqueo coronario que casi le produce un infarto en noviembre de año pasado, siente que “nació de nuevo”. Sólo que lo que vio en Planicies aquel día lo marco para toda la vida. “Lo peor es que no podía contarle a nadie mi experiencia ni tampoco olvidarla. La llevé toda la vida simultáneamente como una cruz y un orgullo”, sigue.
Tiene sonrisa franca y mirada transparente. Cuando habla, su voz ronca, emitida desde casi dos metros de estatura, infunde respeto y seguridad. Siempre tuvo claro que su historia es única. Hoy, con sus familiares de entonces y otros protagonistas del incidente ya fallecidos, Gerald Anderson se levanta como el único testigo vivo del caso Roswell. Curiosamente, fue un accidente lo que motivo que su testimonio sea hoy conocido en todo el mundo: en 1989, tras ver en televisión el programa misterios de lo desconocido dedicado al incidente Roswell, Anderson decidió llamar al número que aparecía en pantalla, explicando quien era. Habían pasado poco menos de 45 años de aquel episodio. “Me di cuenta de que los protagonistas originales ya habían fallecido y los otros testimonios eran de segunda o tercera mano (comenta). Supuse que mi aporte podía ser muy útil para esclarecer la verdad”.
Anderson creyó que ya había llegado la hora de salir de la oscuridad y del silencio, de desafiar las amenazas gubernamentales, de contar la experiencia tal cual la había vivido, sin miedos, presiones ni tapujos. Su testimonio, que se transcribe a continuación, es único y revelador. Un documento histórico.
“El primero que dijo algo fue mi primo Víctor. ‘Allí hay algo raro’. Estábamos como a unos cien metros de un objeto plateado y circular que estaba como clavado en ángulo en la tierra. Alrededor del objeto había vegetación quemada, algunos arbustos que todavía ardían, dos o tres árboles que habían sido como cortados en dos, con el tronco aparentemente quemado en la parte superior. “Aquí se ha estrellado algo (dijo mi padre). No sé si es un dirigible o algo así”. En esos momentos, ya estábamos como a unos veinte metros del artefacto y allí fue cuando mi hermano gritó: “esto es una nave espacial... son marcianos”, entonces empezábamos a enloquecer, caminando, hablando entre nosotros y dando vueltas alrededor del disco. De pronto, sentí mucho miedo. Sobre todo cuando a vi tres criaturas tendidas en el suelo, junto al disco volador. Otra estaba sentada. Dos de los que estaban tirados, directamente no se movían. Tenían vendas por todos lados y uno llevaba el brazo vendado. Me acerqué a uno de ellos, que tenía una venda a la altura de la cintura y otra en el hombro.
El que estaba sentado se puso de pie y estaba como ayudando a los demás con estas vendas que digo. Uno de los que estaba justo al lado suyo respiraba entrecortadamente, de manera inusual. Era obvio que tenia mucho dolor. Los otros dos permanecían inmóviles. El único que se movía, como dije antes, era el que al principio estaba sentado y al vernos se asusto. Comenzó a retroceder, presa del pánico. Al principio mis familiares y yo solo emitíamos exclamaciones de sorpresa.
El más excitado era mi primo Víctor, que saltaba de un lado al otro, metiéndose por todas partes, entre confundido y temeroso. Mi hermano Glenn estaba mirando el disco y saco del paso a Víctor, quien estaba metiendo la cabeza por la grieta que la nave tenia al medio, para sentarse sobre la misma, con una pierna adentro y otra afuera del plato volador.
Glenn le pidió que no se acercara tanto, no fuera cosa que el disco explotara. Luego Glenn imitó a Víctor, subiéndose a la rajadura y sentándose al medio, con una pierna afuera y otra dentro del objeto. Yo estaba allí mirándolos.
Mientras tanto mi padre, y Ted estaban arrodillados al lado de la criatura que estaba viva y Ted trataba de hablarle en español. La criatura no le respondía. Cuando alguien se movía, la criatura se espantaba, retrocedía y levantaba sus manos al unísono, como temerosa de que le hicieran daño. Parecía estar bien aunque había un par de roturas en su uniforme. En cambio, sus compañeros estaban visiblemente heridos, y sus uniformes estaban destrozados. ¡Parecía que venían de una terrible guerra! Sin embargo, no vi nada que se pareciera a sangre. Lo que sí vi, era una caja de metal cerca del que estaba con vida, dentro de la que vi vendas como las que había sobre los cuerpos. Creo que era un botiquín de emergencias.
El que respiraba entrecortadamente parecía tener una pierna fracturada o algo así. Los demás no mostraban deformidades o algo parecido. Toque a una de las criaturas y no se movió. Por la manera en que tenia los ojos, como mirando al vacío, me pareció que estaba muerto. Recuerdo que cuando lo toque estaba muy frío. Me pregunté por que no había tapado los cuerpos de sus compañeros. Yo creo que cubrimos a nuestros muertos porque nos da miedo mirarlos. Pensé que esa costumbre tiene sentido aquí en la tierra pero quizá para ellos no.
En un momento pensé que eran muñecos. Había algo que no era real en ellos, aunque uno se movía y reaccionaba. Recuerdo haber puesto mi mano contra el disco y estaba frío, como si estuviera refrigerado. Como estábamos bajo el Sol ardiente, en medio de un desierto, supuse que debería estar caliente pero no!
¡Estaba muy frío! Como si fuera invierno y como si uno estuviera tocando un metal. El área adyacente a donde puse mi mano también estaba muy fría comparada con otras cercanas. En realidad, alrededor nuestro hacia mucho calor pero cerca del disco estaba muy frío”.
-¿Estaba usted muy cerca del extraterrestre vivo?
-Yo diría que poco menos de un metro. No me acerqué tanto como mi padre y mi tío. Ellos estaban agachados a su lado. En un momento, mi tío Ted tocó al que estaba vivo en el hombro, como tratando de consolarlo. A esa altura, la criatura ya no retrocedía con temor, con las manos en alto, como antes.
-¿Por qué fue usted detrás del disco?
-Porque mi hermano Glenn ya estaba allí, En realidad, quería saber que hacia mi hermano, quien estaba metiendo la cabeza tan adentro que hasta se lastimó la cara. También alcancé a ver lo que había adentro. Parecían como componentes eléctricos, electrónicos, de propulsión, que sé yo. Estaban todos conectados entre sí por cables que colgaban hacia fuera de la grieta. Algunos de ellos volaban al viento como si fueran colas de caballo, y tenían luces por todos lados, que también oscilaban y parpadeaban. Cuando la brisa las movía parecían ser de fuego.
En el centro de la nave había algo así como jeroglíficos de color rojo, aunque como sellados sobre un fondo marrón. Algunas luces se apagaban y encendían, unas de color verde y otras de ámbar.
continua...