EL FANTASMA DE FELICITAS GUERRERO
El de Felicitas Guerrero es uno de los tantos fantasmas que pueblan la ciudad de Buenos Aires. Su historia es una sucesión de amores no correspondidos y hechos trágicos, que no tardaron en forjar una leyenda que se proyectó hasta nuestros días.
Promediaba el siglo XIX, y Felicitas Guerrero comenzaba a ser el centro de atención de las familias aristocráticas de la ciudad de Buenos Aires. A poco de ser presentada en sociedad por sus padres, José Guerrero y Felicitas Cueto, se convirtió en la joven más cortejada de la Reina del Plata.
Cuando contaba con sólo 15 años, su padre recibió un pedido de mano del hacendado Martín de Álzaga, que en ese tiempo era el hombre más rico de la Argentina. Al conocer la noticia, Felicitas le imploró que no aceptara entregarla en matrimonio a un hombre de 60 años al cual ella no amaba, pero José Guerrero quería un brillante futuro para su hija y le aseguró que la felicidad y el amor nacerían con la convivencia.
Unos meses más tarde se celebraban las nupcias entre Felicitas Guerrero y Martín de Álzaga, y toda la alta sociedad de Buenos Aires se hizo presente. Entre los asistentes a la boda se encontraba Enrique Ocampo, quien secretamente amaba a la joven novia.
El matrimonio no fue feliz, pero cuando llegó el primer hijo Felicitas creyó que en él encontraría su refugio. Lamentablemente, cuando sólo contaba con 6 años el niño Félix de Álzaga falleció víctima de la epidemia de fiebre amarilla que azotaba Buenos Aires. Felicitas volvió a quedar embarazada y la pareja creyó encontrar en su segundo hijo la alegría que les había sido negada, pero otra vez el destino se ensañó con el matrimonio de Álzaga y el pequeño Martín murió a los pocos días de nacer.
Esto fue demasiado para el viejo corazón de Martín de Álzaga, que con 70 años se sumió en una profunda depresión y murió 15 días después que su hijo. Felicitas, con 25 años, se convirtió en la viuda más rica y deseada de la Argentina. Enrique Ocampo creyó que por fin su camino hacia el corazón de Felicitas se encontraba despejado, pero ella se mantuvo distante protegiéndose en el riguroso luto que había decidido cumplir.
Con el tiempo Felicitas comenzó a frecuentar algunas reuniones de sociedad, y fue así que conoció a Samuel Sáenz Valiente. Ella quedó fascinada con el joven hacendado e inmediatamente nació el amor, un amor tan grande e incontrolable que a los pocos meses los llevó a anunciar su casamiento.
Enrique Ocampo no pudo contener su furia: su eterno amor se le iba a escapar nuevamente, y él no estaba dispuesto a permitirlo. Una mañana se dirigió a la casa de Felicitas y luego de una discusión le disparó. Al tomar conciencia de lo terrible de su acción, apuntó el arma a su corazón y se suicidó. Cristian de Marías, primo de Felicitas, fue quien encontró los cuerpos. El joven se desesperó al ver a su prima (de quien secretamente estaba enamorado) y al abrazar su cuerpo descubrió que aún respiraba. Felicitas agonizó durante 3 días y finalmente falleció el 30 de Enero de 1872.
El expediente policial difiere en cuanto a la descripción de los hechos. En el mismo se indica que el cadáver de Enrique Ocampo presentaba dos heridas de bala, una en el corazón y otra en el paladar. Este expediente desapareció misteriosamente, aunque la gente de la época decía que la investigación policial se había detenido para proteger a de Marías. Confirmando esta teoría, el abuelo del joven sostuvo que este había descubierto a Ocampo segundos después de que disparara a Felicitas, lo que motivó una lucha entre ambos y la muerte de Ocampo a manos de Cristian de Marías.
Muerta Felicitas sin dejar descendencia, la fortuna de los Álzaga pasó a manos de la familia Guerrero. Los padres de la joven decidieron perpetuar su memoria, y a tal fin mandaron a construir un capilla en el solar donde tuvieron lugar los sangrientos hechos. La bellísima Capilla de Santa Felicitas, inaugurada el 30 de Enero de 1876, se levanta frente a la Plaza Colombia en el porteño barrio de Barracas.
No pasó mucho tiempo para que las historias de fantasmas poblaran la zona. Se cuenta que todos los 30 de Enero por la noche puede verse a Felicitas llorando desconsolada detrás de las rejas de la iglesia, y las noches de tormenta puede oírse el lastimero sonido de las campanas. Sobre la calle Brandsen puede verse una excepcional estatua de mármol que representa a Felicitas con su hijo Félix, a la cual se le ha atribuido atraer la desgracia sobre aquellos que osan tocarla.
Fuente: Argentina Misteriosa.